2/25/2008

Crónicas:El rey del picón

Era la época brillante del Colegio San Juan de Letrán. A él le prometimos recordar estas anécdotas, pero vamos con el cuento. Con el tiempo, ahora, podemos notar que aquello era una expresión de un niño con talentos prematuros especiales. Cuando en la escuela, nosotros estábamos hablando de cualquier tema infantil o de adolescentes, salía Gustavito con sus desplantes: -¡ayer vi la vecina por un huequito, que yo mismo hice en la pared de bahareque, que da exactamente al baño!.

Siempre había una anécdota de este tipo en boca del muchacho. Por encima de la cerca de la casa, por una rendijita, etc. En clases era el que sentaba en primera fila para cazar cualquier descuido de la maestra y verle sus prendas íntimas. Pero lo más importante era que lo pregonaba: ¡Son blancas!...¿Son amarillas!...Con el tiempo nos enteramos que cuando a usted le enseñaban o veía más de lo que permitía la época, hablando de las partes femeninas, por cierto bastante modesta comparada con la actualidad, eso se llamaba picón. Verbigracia, para ver un picón en los años 30 o cuarenta, era extremadamente difícil ya que las damas llevaban faldas hasta más abajo del talón, además de todo el trapero que se ponían debajo.

Gustavito era especialista para ver picones en las escaleras, se fajaba zumbándose al piso, para observar con detalle, pero con la delicadeza que no lo descubrieran. Era un niño prematuro.

No hubo maestra o profesora que no pasó por la mirada escudriñadora de este muchacho. Cada día como parte de las lecciones, también sabíamos cual era el color de las pantaletas de la maestra. ¡Que cosas!

Sin duda que era un niño prematuro, ya que mientras los demás estábamos pendientes de las sumas, de las multiplicaciones, de las partes de las hojas o de Moral y Cívica, él estaba pendiente de verle las partes íntimas a las docentes.

No sabemos si todavía Gustavito sigue con sus talentos especiales, ahora con prematuros cincuentones, o si dejó de eso. Pero a decir verdad el muchacho era prematuro, muy prematuro

Crónicas: Amor en tiempos difíciles

En esa época era sumamente difícil hablar con las chicas, eran enamoramientos a distancia. Imagínese, la chica estudiaba en un colegio sólo para señoritas y el enamorado, en uno para caballeros. Tenía que verla en las primeras horas de la noche, pero de lejito.

Si usted tenía bicicleta, podía pasar disimuladamente. Conozco un caso de un amigo muy faramallero o sea muy salido y acostumbraba tirar pinta en su bicicleta cerca de la casa de la novia. Ese día cerca del cruce de la calle habían recogido una arena de su querida y por supuesto, quedaron esos granitos peligrosos para colearse. Mi amigo se echó una coleada con su bicicleta y cayó de largo a largo. Pero ustedes saben que en estos casos, generalmente, el accidentado debe levantarse y sacudirse sin quejarse. Usted tiene que parase a sobarse al cruzar la esquina. Todo un machote.

Y si usted tenía carro, cosa muy difícil, podía utilizar los servicios de un amigo. Según las encuestas de la época los novios pasaban no menos de 80 veces por la casa de la novia. Por favor, no exagero, pregunten. Eran los años de la gasolina barata, además eso lo pagaba el papá, dueño del carro.

Si lograba acercarse a la casa, era por una conocida ventanita, donde no se sabía con quién estabas hablando, pero bueno, esas eran cosas del amor. Además debía estar pendiente de la llegada de algún familiar, sobre todo la mamá.

Algunos aventureros y con habilidades musicales, se aparecían una noche de esas con un grupo musical. En muchas oportunidades, le dabas serenata a una hermana de la novia, a un hermano o en el mejor de los casos a la mamá, que muchas veces, ni corta ni perezosa, agarraba el vaso de noche o bacinilla y despedía a los cantantes de una manera aguada y calientita